DIARIO DE TERUEL, 25-9-2011
Desde
el principio he pensado que el desfalco que ha cometido Esperanza
Aguirre con la enseñanza pública (detraer dinero público para
regalárselo a los colegios privados) no ha sido una decisión mal medida
sino un astuto reclamo electoral. Aguirre esperaba la reacción masiva
del profesorado para practicar con todo el eco posible dos de sus juegos
favoritos: el infinito desprecio y las dotes de mando. Son sus bazas
electorales. En Madrid, casi el 50% de los escolares ya van a colegio
privado, y ha instalado en la población la idea que ahora se propone
poner en práctica: reducir la educación pública a pura beneficencia para
desposeídos. Ha poblado las calles de Madrid de faldas tableadas y
jerséis de pico, y uno, cuando pasea, tiene la sensación de que se ha
propuesto uniformar a la España leal desde pequeña. Entre la población
inmigrante todavía es más evidente que han tomado el uniforme escolar
como marca de clase, no sé si porque vienen acostumbrados a que la
enseñanza pública sea un desastre o porque se preparan para que aquí
también lo sea, aunque lo más seguro es que sea por un sencillo esfuerzo
de dignidad.
Eso es lo que busca Aguirre, que la enseñanza privada sea la única
forma de dignidad, de ser ciudadano de primera. Si fuese liberal, que no
lo es, se desvincularía de todos los colegios concertados y reduciría,
como sí hará, la enseñanza pública a su mínima expresión. Pero, como no
lo es, se dedica a untar escandalosamente a los colegios de curas y
monjas con dinero de todos los contribuyentes.
Su explicación liberal-nacional-católica es muy simple: también los
padres que mandan a sus hijos a colegio privado tienen que financiar con
sus impuestos la enseñanza pública. Y, en esa tesitura, el que sale
ganador es el representante de su propia clientela, de modo que está
políticamente justificado prevaricar con dinero público. Su última
sonrisa viperina trajo más noticias sobre sus planes, que, matizados o
no, significan que dentro de poco el Bachillerato sólo podrá cursarse
con mínimas garantías en un colegio de pago. Incluso es posible que lo
erradique, y que la enseñanza pública solo comprenda, en malas
condiciones, los dos ciclos de la ESO.
Esperanza Aguirre va a demoler la enseñanza pública porque ella
funciona con las cuentas de la vieja, y sabe que si la mitad de los
niños van a colegio de curas, sólo hay que tener contenta a una pequeña
parte de la otra mitad, de la que lleva a sus hijos a colegio público.
Los profesores le traen al fresco. Casi ninguno le vota. Somos, para
ella, el voto cautivo de la izquierda, y los responsables de que no se
invierta la mayoría sociológica de este país.
Los conservadores españoles tienen mentalidad de ganaderos. La única
razón que encuentran para explicarse que no ganasen todas las elecciones
de la democracia es que en la escuela pública se criaban, generación
tras generación, ciudadanos educados en valores tan comunistas como la
igualdad de derechos y oportunidades. Para ellos la igualdad ha sido
prospectiva, no retrospectiva. Nuestra igualdad está en nacer, pero el
hecho de que uno lo haga en mejores o peores condiciones no debe contar
en absoluto. Ignoran, sin embargo, que la riada de profesores que desde
finales de los setenta inundó los institutos había estudiado, buena
parte de ella, en colegios de curas, y que en la escuela pública también
había estudiado gente como Jiménez Losantos.
Ocurre justo lo contrario. Hay un sector que necesita la enseñanza
pública y sin embargo está de acuerdo con que Esperanza Aguirre la
reduzca a cenizas, convierta el trabajo de profesor en algo detestable
para cualquier universitario y cargue a los estudiantes con el temprano
sambenito de perdedores. La FAES ha debido investigar muy
concienzudamente en esta especie de masoquismo social que hace que el
resentimiento, el desprecio o la envidia puedan más que la propia
dignidad.
Los métodos son variados: a más de un vecino, cuando me mostró
su apoyo en la huelga de profesores, he tenido que explicarle que los
recortes en educación no los ha hecho el gobierno central sino el
autonómico. No es que sean tontos, es que están sistemáticamente
desinformados. Los ciudadanos somos ahora hijos de padres separados, y
Aguirre, como las madres rencorosas, cuenta mentiras a los inocentes
niños para predisponerlos en contra de su padre ausente. Le basta con
hacerles daño a las criaturas y culpar de ello a su padre. Eso es lo
que, con un desparpajo que intimida, está haciendo desde hace años
Esperanza Aguirre con las clases populares en Madrid, a las que tiene
convencidas de que los profesores somos vagos y parásitos, mientras en
los colegios de curas los profesores llevan corbata y hay otro ambiente.
Hace poco pregunté a unos amigos valencianos cuál era el secreto del
incontestable poder del PP en aquella comunidad. Cómo era posible que
gente con dificultades, para quienes la vida es dura gobierne quien
gobierne, pero sobre todo si gobiernan los amos, pase por alto las
mentiras, los casos de corrupción y de nepotismo, y comicios tras
comicios vuelvan a indultarlos como si fuesen la falla de Campanar, la
de los más ricos. La razón, para ellos, estaba bastante clara: a muchos
les basta con un signo para sentirse como si fueran ricos empresarios
valencianos. Les basta con votar para ser parte de ellos, para presumir
de tacón y pisar con el contrafuerte, como se decía antes. O bien les
basta con la indumentaria, con que la niña lleve falda tableada, con que
todos los amigos del niño sean gente bien, o lo parezcan. Ese cultivo
de la presunción lo borda el PP valenciano. Representa ser admitido en
la cola de los clientes, de los allegados, aunque nunca jamás vaya a
tocarles el turno pero ellos finjan no saberlo.
Así va a ocurrir en Madrid. Basta con llevar a tu hijo a un colegio de
curas, financiado con dinero público, para sentir como si lo llevases a
un colegio caro y exclusivo. A fin de cuentas, ni todos los vecinos
pueden permitírselo ni a todos los vecinos se les permite la entrada. No
es una cuestión de calidad educativa, es una cuestión de clase.
No hay comentarios:
Publicar un comentario