FALTAS Y FALTAS
Acabo de recibir la carta de marras de Dña. Esperanza Aguirre Gil de Biedma con las faltas de ortografía de las que tanto se habla. Ya había visto otras cartas iguales, pero he esperado a recibir la mía para manifestarme al respecto. El sobre lleva, por cierto, también la nómina correspondiente al mes de agosto, y contiene como las de los meses anteriores importantes faltas retributivas, como consecuencia de los descuentos salariales aplicados tanto por el Gobierno de España como por la Comunidad de Madrid. Ni que decir tiene que, aunque sea profesor de Lengua, las agresiones a mi economía me duelen más que las agresiones al castellano, pero a unas y otras estoy desgraciadamente acostumbrado.
Como a nuestra bella lengua la hacemos víctima continuamente de atropellos de toda índole -falta de rigor argumental y exceso de incoherencia y vaguedad, por no hablar de sintaxis dislocada y de disparates léxicos- esas faltas de ortografía, de acentuación en todos los casos, no tienen en sí una gran importancia ni habría que rasgarse las vestiduras por ellas; yo desde luego no me las rasgo. Tampoco me voy a molestar en devolverle la carta a Dña. Esperanza Aguirre Gil de Biedma, porque yo, a diferencia de ella, tendría que pagar el envío con mi propio dinero.
Con todo, lo más deleznable de este caso de las cartas de Dña. Esperanza Aguirre Gil de Biedma no son los errores ortográficos con que se adornan –todos cometemos errores y a veces los ordenadores en vez de corregirlos nos incitan a una alegre e irresponsable confianza- sino el empecinamiento en negarlos y en atribuir todo el asunto a la manipulación y falsedad de los profesores, a los que se acusa de amañarlas. La postura un tanto ridícula de la Comunidad de Madrid convierte un leve asunto ortográfico (en última instancia, estético) en un grave desafuero ético. Faltar a la verdad sí es un asunto muy grave tanto si se denuncia como si se comete, como parece haber hecho nuestra confiada Presidenta. Al “sostenerla y no enmendarla” se añade un “calumnia, que algo queda”. Como se ve, todo muy edificante. Claro que no cabía esperar otra cosa de quien está haciendo de los ataques a la educación pública y a la dignidad profesional de los profesores uno de los ejes de su política.
Dicen ahora en la Comunidad que las cartas que no llevan sello de registro no son auténticas, así que presumo que la mía, por cerrado que estuviera su sobre, tampoco lo es, porque viene sin sellar, aunque se despide con la valiosa y expresionista firma de Dña. Esperanza Aguirre Gil de Biedma. Mi nómina, en su alarmante exigüidad, sí es, desgraciadamente, demasiado auténtica.
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