LA VERDAD (MURCIA), 8-12-2011
Este era un país que tenía una enorme olla de lentejas. Durante años, y con el silencioso sacrificio de unos ciudadanos pacientes, valientes y con memoria de vencidos, habían ido rellenando la olla con sabrosas lentejas. Trabajaron duro para llevar a sus hijos a la Universidad; los hijos se jugaron el tipo frente a los grises, intolerantes y otras hierbas. No fue fácil, pero habían logrado una suculenta olla de lentejas. Llegaron los malos tiempos, esos que siempre llegan a lomos de los mismos caballos y casi con los mismos jinetes; entonces, con el cinturón apretado en el último agujero, asomaron sus morros a la olla. ¡Estaba vacía!
Los dueños de la olla comenzaron a recortar: ¿Sanidad? ¡Que se mueran! ¿Educación? ¡Qué se han creído! ¿Ayudas sociales? ¡Que se lo curren! ¿Quién vació la olla? Pues esto, como en un cuento sin culpables, se fue haciendo «cucharada a cucharadita». Metieron mano en la olla el ejecutivo y la cuñada; el Millet y sus secuaces; el político y el yernísimo; el diputado y la consorte; el directivo de caja y el obispo; el administrador y los hijos; la duquesa y la nuera; el Teddy y los compadres… ¡Todos metieron cuchara! La olla quedó reseca de lentejas y ahora, con la cuchara aún humeando ante nuestras narices, nos ponen a dieta de agua y resignación. Solo con la devolución de lo robado, la olla regresaría a su antiguo esplendor. Y, según el catecismo: «No existe perdón sin reparación». Que lo sepan.
¿De dónde sacan la autoridad moral necesaria para ponernos a régimen? Ninguno de los poderes y poderosos de este país -puede que de ninguno-, gozan de la menor autoridad moral para imponernos la tijera puesto que ellos, o sus conocidos, o sus mentores, o sus yernos, o sus amigos, o sus consortes, han esquilmado el patrimonio de todos. A la par, ladinamente, preparan un futuro donde nuestros hijos habrán de tener un perfil Carcaño. La definición dada por psicólogos del confeso asesino de Marta (egocéntrico, primario, egoísta, sin pararse a pensar en las consecuencias…), es, en realidad, un plan largamente programado y puesto en marcha de manera brutal, sin máscara caritativa y ya sin el antiguo miedo a que los parias miren al otro lado del Telón de Acero.
Mientras aquellos de nuestros preparadísimos hijos con más suerte emigran para hacer más ricos a otros países, Alemania se lleva la palma; aquí, con un grandonismo de elefante ciego, cerramos centros de investigación punteros y envidiados por otros; nos cargamos la educación general y la convertimos en un lugar donde se vomitan clones de Carcaño con alarmante profusión; arruinamos la sanidad envidiada. Y, claro, arrojamos la cultura a las cloacas. O sea, nos cargamos la auténtica riqueza, la más difícil de lograr a esa que más años le cuesta asentarse, con una frivolidad indigna. Eso sí, nos roban y aún nos muestran el resto de la lentejas por entre la comisura de sus afilados colmillos.
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